Poemas de Alfredo Gangotena traducidos al español por Benjamin Aguilar
POEMAS
PASEO EN EL TECHO
A Jules Supervielle
Es el frontón del techo,
órgano de tejas,
caballete de estrellas,
el subterfugio del sonámbulo
En la chimenea
el pájaro agita sus alas cual
válvulas de mis suspiros.
He visto que usted,
por falta de arena,
desparramaba la espuma
en la laguna celeste.
Me subo al abejorro
y, cual periscopio,
atravieso el tragaluz.
En lo profundo del alma, escandido, brotó,
chorreando del sifón,
el movimiento.
El índice del hombre
empuja los minutos
que impiden el progreso.
En el aire interior,
destilado por mis pulmones,
el ojo navega aventurero.
En la órbita el corazón se desborda:
me inclino del lado derecho.
Pero el eje de mi deseo coincide
con el de la plomada.
Al borde de tu piso ondulado,
isla estéril
—bañada por un río de asfalto—,
extiendo la vara de mi muerte.
Si no cae la luna, y no me despierta,
como una jarra de agua fría:
¿me daría usted un brote de cebolla
para que en la sombra surjan mis ojos?
¡Ah! ¡permita por lo menos que termine mi poema
antes de que alcance el final del techo!
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A Gonzalo Zaldumbide
Aprendo la gramática
de mi pensamiento solitario.
Entre el follaje rosado
todo tiembla menos
este libro protector que reposa
como un ángel adormecido.
Rígido en la acera, el hombre
es fiel retrato del árbol.
El techo agita su ramaje de pizarra
donde florecen pájaros negros.
Bajo el cielo, campana de tomillo,
—plumaje de fuego— la tarde se apaga.
Transitorio, en la sombra irrumpe
la imagen del mejor amigo.
Mi ángel guardián ahí reposa
como un libro dormido.
En la taza de manzanilla
se ahogaron las miradas.
La noche hunde su quilla
en la ensenada del hogar.
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POEMAS
VITRAL
Los santos del portal
admiran el paisaje.
Desplieguen el abanico,
pájaros, en lo fuerte de la curva.
Enguirnalde el umbral de la puerta,
lúcidas imágenes de la iglesia:
el ángelus nos trae
las cascadas de la brisa.
La rosa deshoja sus pétalos:
conchas, hombros de mar.
Señor, agrande los ramajes
de sus sombríos dédalos.
Pincel de música en la aurora,
el herborista bordea el río.
El batik es la tela que reviste
la corola de las prímulas.
Del roble a la rama de boje
también viaja el alma del pintor
con las cabras se entiende
y con placidez devora las hojas de acanto.
Vidrieras de la atmósfera,
son monedas del papa en abundancia.
Amigos, para acudir a Citera,
¿existen mejores remos?
Les brindo las tartas y el pan:
campos cuadrados de lejanos valles.
Extraiga la esencia del agua
con verdes cucharas de alcachofa.
Llama última del candelabro,
el poeta atropella la copa del árbol.
¡Uf! mi alma encuaresmada está.
Para las cuchillas del infolio
no se necesita más que el propio bosque
en que cantan los ruiseñores.
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TERRENO BALDÍO
El sueño se junta a los racimos de la vid;
en algún lugar mi alma canta una alborada.
Oh brisas, si el pájaro te subraya,
el día estalla como una granada.
Cuando la válvula de las ranas
hace hervir la ciénaga,
con la oreja puesta en el piso,
escucho como brota la pradera.
El vuelo de las libélulas,
en donde fermenta el aguardiente,
desmenuza las grosellas.
del soto verde, compotera,
a la arboleda,
el manzano exhala.
El tiempo bebe de la clepsidra.
En las acanaladuras del techo
la curruca se refresca.
¡Cisne!
Boca abajo,
canto bajo los matorrales;
el ramaje de los pájaros
es el musgo de mi canto.
Alma y cuerpo se ensimisman,
en el crepúsculo mis ojos son heterocromáticos
la vela,
pilar del albergue,
quema y revela la cosecha.
Tanto vino bebí
que mi sombra está ebria.
Con el líquido aéreo
mi soplo crea botellas.
Filomela arrastra sus diamantes
en los túneles de la noche.
¡El hambre horada el pozo
para engullir pan ácimo!
Los frascos de lluvia rebotan
en el arco de la tierra:
para mí es la bicicleta la que se desliza
sobre la carretera de lija.
Como el fréjol en su vaina,
en la angustia
maduro.
Me agobia la pared
de enfrente.
Mis brazos cual postigos
de una choza horrenda se cierran.
Toda la acritud de la sal bautismal
mezclada con mi saliva
siento ahora.
Aprendí el Esperanto
entre las paredes del Barrio latino.
Señor, le implico;
La regla T es mi picota;
me sé de memoria las ecuaciones
de todas las curvas siderales.
El índice recorre la orilla de las ventanas;
el grito de las uñas despierta el relámpago.
Para realzar el carmín de mi vergüenza
me restriego contra las hojas de ortiga
La luz divina
con su ala desplegada
me asierra.
El haz de acero
que separa los barcos de la semilla
me abre la proa de Dios,
¡Oh, remanso!
La arteria aorta es la más sólida amarra.
Hacia el árbol florecido de las estrellas
un perro agota el manantial de mi voz.
Y usted, ángel mío con las velas puestas,
terraplén de mi noche pringosa ¡complázcame!
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CAMINO
A Max Jacob
A más de la tiza, el cristal de las zonas,
¿en qué levaduras se echa mi corazón?
Manos, verticilos de donde exhalan
los discos,
la cabalgata de las Amazonas.
© Benjamin Aguilar Laguierce, 2020